per Òscar Pérez Silvestre
Filòleg, investigador i escriptor
ESPADÀNIQUES vol agrair novament a l'autor la cessió d'un treball per a este blog, refet a partir del treball més extens publicat en la revista Camp de l'Espadar 18 de la SASE.
Hui publiquem la segona part del treball d'Òscar Pérez Silvestre, dedicat al text que va escriure Elisa sobre una excursió estival al pic Espadà i la cueva del Estuco en 1912.
El
pic Espadà i la cueva del Estuco (Algimia de Almonacid)
Aquesta
coneguda cavitat –també anomenada «la Sima»– té segons els
especialistes de l’Espeleo Club Castelló un recorregut real de 85
metres i una profunditat de –16,5 m. A més, és d’interés
científic com a hàbitat de rates penades.
Prenent com a base la descripció que en fan, aquesta cova
desenvolupada en calcàries del Muschelkalk té una boca de 2 x 1,5
metres que dóna pas a un pendent de 7 metres que desemboca en una
sala de 40 x 25 x 12 metres amb abundants i grans formacions
calcítiques, i una segona boca en la volta en forma d’avenc de 14
m. En l’extrem oest de la sala, una gatera dóna pas a una altra
sala de 10 x 5 x 4 metres denominada «La Sagristia». La sala
principal, rica en formacions estalagmítiques, és circular, del
tipus «bossa», generalment formada per l’aplec de diverses
aportacions en el mateix lloc, on s’embassava l’aigua en la seua
època d’evolució i es dissolien els materials del sostre i
parets, per la qual cosa queda clar que és de tipus «pou».
Actualment es troba en procés de fossilització. Sembla que la
cavitat fou comprada per la Caja de Ahorros de Segorbe per a
convertir-la en aula de la natura.
Carlos
Sarthou Carreres la va visitar a principis de segle per a la seua
Geografía
general
(1913), i també altres com Jeannel i Recovitza entre 1918 i 1927 per
a l’elaboració del treball bioespeleològic Enumeration
des grottes visitees 1919-1927;
al seu torn, la Colla Excursionista El Sol que hem esmentat més
amunt l’explorà entre els anys 1928-1930, a més d’altres
investigadors com Toni Fornés i Carlos Orlando (1979) o Policarp
Garay (vegeu Camp de l’Espadar número 10).
Segons les contalles populars, el nom prové de la forma i del color
de les parets, com si hagueren sigut estucades per un geni
extravagant.
El
relat d’Elisa Pérez –de l’any 1912– forma part d’una
excursió juliolenca al pic Espadà. La seua contemplació des del
cim reporta un text de bellesa ben destacable. Podeu trobar l’original del text d’Elisa ací.
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El pic Espadà. Fotografia d'Emili Beüt publicada en 1962 |
«Éramos
jóvenes y alegres. ¿Qué nos importaba, pues, que el sol nos
tostase y que las personas de seso nos asegurasen que á las doce de
un día de Julio no se podía subir el Espadán? En cuanto á
mí,
era la primera montaña de tal altura que escalaba, y por nada del
mundo hubiera perdonado el espectáculo que presentaba desde su
cumbre la sierra ardiendo bajo los rayos del sol en el meridiano.
Nunca como entonces vi dormir á la Naturaleza en pleno día; diríase
que sesteaba abrumada, rendida por el calor sofocante de aquella
tarde de verano. Sin embargo, el aire, allá arriba, era refrescante
y lo absorbíamos ansiosos á la sombra de una peña que corona el
coloso de la sierra, asiento tal vez de la atrevida águila.
La
primera impresión que produjo en mí el mirar bajo mi nivel tanto
monte y llanura, acá y acullá pueblecitos perdidos en las revueltas
de una cañada,
ó
á lo lejos en la Plana, fue la de una soledad profunda. El espacio y
el tiempo me parecieron allí más palpablemente eternos, girando en
la incansable rueda del infinito.
Un
movimiento vino á sacarme de mis meditaciones: nuestro amigo el
doctor G. [Miguel
Gallart Traver (?), metge de Tales] que
figuraba como excursionista, por no decir que él era el alma de este
nuestro turismo provinciano, sacó su reloj. «Señoras, señores: Lo
siento mucho, pero á las tres, en el barranco, á las cuatro en la
gruta...».
Tot
seguit inicien la baixada per la Solana de l’Espadà. Un llenyater
els va guiar fins a la cova i els contà la història del pastor
vidu. La descripció que Elisa fa del camí, de la cavitat i del
relat del pastor ens tornen a delectar:
«En
marcha. Más agradable la bajada, por la pendiente opuesta mucho más
escabrosa y aguda, no dejaba de ofrecer dificultades. Pero la
esperanza de hallar la
famosa
gruta, nos animaba. Además, el barranco cuya vista desde lo alto
causaba
vértigos,
presentaba ahora un panorama pintoresco, cruzado por cristalinos
arroyos, en los que se miraban millares de adelfas, llorando sus
añoranzas en aquellas soledades.
Era
preciso buscar un guía y no nos fue difícil hallar un leñador que
de buena gana se ofreció á ponernos en la boca de la cueva. «Porque
–según dijo– nosotros solos jamás hubiéramos dado con ella. El
hallazgo de aquella cueva no era fácil y tenía su historia».
–¡A
ver, a ver, cuente V.! –exclamamos con la curiosidad natural.
El
leñador se dispuso á complacernos, y empezó así:
–«El
primero que se asomó á ese abismo, al que no podrán bajar sino por
escalas, fue un pobre pastor de estos contornos. Era forastero y casó
con una hermosa mujer de Aragón. Pero su luna de miel le duró poco;
su esposa murió dejándole una niña. Cuando le consolaban
en su desesperación, lo único que le hacía volver en sí era el
recuerdo de su hijita. Y con ella se consoló; la criaba con una de
las cabras más mansas del rebaño, gustaba de tenerla en brazos las
horas muertas buscándole la risa, y reía mientras la imagen de la
madre se le venía á las mentes renovando sus tristezas. Una mañana,
la pequeña amaneció tristona; y antes de salir su padre, á duras
penas logró de ella una sonrisita; la niña no vivió muchos días
más; «los ángeles la quisieron para ellos» –como decía el
pastor llorando– y «le habían dejado solo en el mundo». Desde
entonces, rara vez se le veía por el pueblo; se volvió hosco y
retraído y no faltó quien temiese por su vida; pero yo, hablando
con él un día en el bosque, comprendí que el pastor inconsolable
nunca cometería tal atentado; era creyente, y buscaba la soledad
para rumiar sus penas y vivir de recuerdos.
«Aún
había para él algo de interés en el mundo; algo que le traía á
la memoria la dicha pasada: la cabrilla que había amamantado á su
hija. Pasó un invierno crudo, y empezó el verano con los calores,
sin que mejorase el carácter del pastor. Una tarde, mientras tejía
enea sentado en este mismo sitio, mirando, por el ganado oyó un
balido lejano, extraño y desgarrador, como si una de las reses se
hubiese precipitado al barranco. Nunca le había ocurrido tal
desgracia con ninguna de las suyas, pero ¡hacía tanto tiempo que la
fortuna le era contraria! Y no cabía duda: el quejido era de su
Estrella, la cabra que había criado á su hija. En vano voló con
ansiedad al lugar del cual parecían proceder los gemidos cada vez
más agudos y lastimeros; cuando creía estar más próximo, se
alejaba sin darse cuenta. Las quejas de dolor íbanse apagando para
resonar de nuevo en tonos desesperantes, y el pastor, conmovido, no
sabía ya qué hacer, hasta que situado en el punto desde el que
parecían más cercanas, percibió
en
medio de la loma una hendidura de roca que él había creído
interior. Aplicó allí su oído y ya no le cupo duda: aquél era el
sitio. Registrando el lugar descubrió un oscuro y bajo pasadizo,
entrada á algún pozo que debió ser tumba de su animalito. Pero ¿la
iba á dejar morir sin salvarla si podía, ó sin verla por última
vez? Sin temor al peligro, el joven penetró arrastrándose por aquel
corredor, hasta que la parte superior de su cuerpo sin base, se asomó
á un abismo iluminado débilmente por un rayo de luz. Lo primero que
vió fue el animal á tres metros más abajo, bañado en sangre.
Luego que hubo dominado aquella primera tristísima emoción, otra le
sobrevino al descubrir sus ojos hechos á la oscuridad: un templo
maravilloso labrado en mármol negro, reluciente, con el pavimento de
cristal en el que se reflejaban las bóvedas y
columnas
con sus imágenes extrañas...».
Algunos
momentos más tarde, uno tras otro, bajábamos á la gruta con la
ayuda de la maroma. La visión del pastor era exacta, descartando la
superstición que le ofuscó los sentidos, haciéndole delirar por
tres días.
Una
vez más, la Naturaleza, generosa sin cálculo, derramaba bellezas
tanto bajo la tierra como sobre ella, y como en los lugares visibles
y apreciados, en los desapercibidos e ignotos. Un tragaluz sabiamente
abierto en lo más alto de la bóveda esparcía débil claridad en
aquel recinto. Allí las estalactitas y estalagmitas en combinaciones
caprichosas formaban columnas labradas, cortinajes de filigrana
bordados, lámparas de moldes fantásticos, suspendidas en el
espacio... todo un templo que la exuberancia y lujo de adornos hacían
aparecer más pagano que cristiano. Por una coincidencia debida al
terreno, la labor del agua resultaba negra como el azabache; diríase
aquello misteriosa necrópolis edificada en mármoles negros, templo
de la muerte ó antesala de los suntuosos alcázares del raptor de
Proserpina.
Cuando
salimos, el fresco del interior nos había hecho olvidar el sol que
nos esperaba. El astro rey nos pareció entonces mucho más
esplendente y glorioso presidiendo su reinado de luz, todo alegría y
belleza.
Y
para
no vernos obligados á perderle y usar de aquella su pálida
suplente, de la noche, nos apresuramos á retirarnos antes que
declinase el día, comentando la leyenda del pastor y el hallazgo de
la pagoda de ébano á las faldas del Espadán.»
Una
vegada més vos convide a explorar els textos que parlen de la nostra
serra. Potser siguen testimonis amb olor d’armari tancat, però
saber i ser conscients que nosaltres continuem xafant els mateixos
camins i tocant les mateixes pedres ens converteix en baules d’una
tradició excursionista i d’estima ininterrompuda.
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Gravat extret del 'Costumari català' de Joan Amades |