Filòleg i investigador
ESPADÀNIQUES vol agrair novament a l'autor la cessió d'un treball inèdit per a este blog.

Hui em torne a acostar a la seua figura a partir d'un text que va publicar en 1920 sobre la fira que es feia a l'exterior del Convent del Carme d'Onda. En aquell temps es feien diverses fires als pobles de l'Espadà; de fet, a Artana tenien la famosa de Santa Cristina (24-25 de juliol), però la proximitat entre Artana i Onda pel vell camí tradicional que passa al peu de les Penyes Altes els portava una setmana abans a Onda el dia de la festa de la Mare de Déu del Carme (16 de juliol). Esta fira va desaparéixer cap als anys 60.
L'estil periodístic i literari de Vicent Tomàs i Martí és ben peculiar. La ironia i la burleta formaven part de la seua visió de la vida. Per la seua acció propagandística anticaciquil en el camp valencià, hagué d'enfrontar-se en la premsa i també en els nombrosos mítings en què va participar a l'statu quo de l'època. No és estrany que es mirara de reüll alguns fets...
Tomàs i Martí fou el fundador de la Lliga Espiritual de Solitaris Nacionalistes, que organitzava assemblees i convocava els famosos Aplecs de la Muntanyeta de Betxí (1920-1923). La paraula Solitari no hem de prendre-la en el sentit primer de 'qui viu sol o apartat'. No. Solitari feia referència als elements valencianistes escampats pels pobles en aquells primers anys 20, que tenien ben poca connexió entre ells i això feia que el valencianisme polític no quallara ni tal sols a les ciutats de Castelló o València. Per aglutinar els solitaris dels pobles va fundar la revisteta El Crit de la Muntanya i va emprendre, sent estudiant universitari, una activitat de propaganda immensa. Vicent Tomàs i Martí no era un solitari apartat de la seua gent, i ho demostra amb la seua obra polifacètica al servei del seu poble, Artana, i del Poble Valencià.
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Bajo la pesadez solar y la monorritmia de
las cigalas, el camino parece interminable.
Al fin dejamos atrás las imponentes Penyes
Aragoneses, un biselamiento de rocas de unos 400 metros, que merecieron
unas notas de Cavanilles cuando anduvo recorriendo nuestro Reino.[1]
La rambla por donde va el camino toca a su fin. Ya vemos silueteados unos muros
calados por numerosas ventanas: es lo que resta de un convento incendiado en
1833.[2]
Y más adelante una colina coronada por murallas con abundantes torreones, y al
pie de la colina un apelotonamiento de casas, en el que culmina la mole de una
iglesia. Hemos llegado cerca de Onda. El humo de sus fábricas forma sobre ellas
nubecillas negruzcas.
Para llegar al convento del Carmen, lugar
a donde nos dirigimos, hemos tenido que atravesar la heroica e industriosa
ciudad.
La carretera de Artesa, que pasa por la
meta de nuestro viaje, presenta un pintoresco aspecto: carruajes y carros con
gentes bulliciosas, viajeros a pie, mujeres que se resguardan de los ardores
solares con polícromas sombrillas, que pintan en el camino móviles flores.
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El castell d'Onda, cap al 1912 |
Aparece ante nosotros el convento.
Hállase en un altozano, que en una hondonada y junto a una rambla que no más
lleva aguas de tempestad, es como un remanso de paz. Desde allí no se ve la
ciudad vecina. Sólo hacia Poniente se ven muy cercanos los cipreses del
calvario de Artesa y el campanario de la iglesia del mismo pueblo, asomándose
por un flanco; Tales escalando una ladera, y entre unas montañas, casi en
último término, en una cumbre, unas ruinas, que dicen dónde estuvo el castillo
de Sueras. Hacia el Noroeste escarpadas y negruzcas las cimas del pico Espadán,
el más alto de esta sierra, nos dicen las gestas de los moriscos rebeldes.
El convento lo forman un conjunto de
edificios sin nada de sobresaliente, adosados a una iglesia moderna de gótico
de tarta, con un campanario idem, que se remata con una aguda pirámide azul,
que se confunde con los cielos. Y alrededor del convento frondosos campos de
olivos, algarrobos y huertos de naranjos. No vi cipreses en el convento. Creo
que en un monasterio donde falten las verdes llamas de misticismo debe tenerse
un concepto poco ascético de la vida. El ciprés rompería la pávida armonía del
ambiente y el paisaje que circunda al edificio.
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El convent del Carme. Imatge de Carlos Sarthou publicada en 1913 |
Ante la iglesia, en una plazoleta, vense
unas paradas de turrones y de baratijas de feria pueblerina: navajas que nunca
cortan, abanicos de la rueda de la fortuna, boquillas de falso ámbar, peines
con joyas de vidrio, toda clase de instrumentos para ocasionar dolor de cabeza,
escopetas y sables para hacer bélicos a los chiquillos, matasuegras, «pelotas
que van y vienen y nunca se pierden»[3]...,
etc. En el muro de la iglesia un tiro al blanco. Dos barquilleros hablan con el
chavaltado del tiro, un jovenzuelo de greña triangular, que es una
recomendación negativa. Por los algarroberales vecinos, con lonas de carro y
cobertores y sábanas de cotidiano uso íntimo se han improvisado unos
refrescantes, donde se vende aigua de neu, aguardiente, gaseosas y
cierto líquido blancuzco con pretensiones de horchata. Más lejos de los
refrescantes, paradas de comestibles y bebibles.
Por todos los secanos, carros y
caballerías atadas a los árboles y gentes en las sombras, preparando las paellas.
Por los caminos sigue afluyendo la gente.
Vienen de Bechí, Artana, Tales, Veo, Alcudia de Veo, Artesa, etcétera, es
decir, de la Plana, la Serra y del riu de Millars. Aquí tenemos un medio
nemotécnico, orográfico de las comarcas, que supera a todo el que pudiera
improvisar un geógrafo del Estado español.
Llega un rucio a las proximidades del
convento y se hace oír. Simultáneamente se escucha un desconcierto de rebuznos.
Todos los rucios dan la bienvenida al educado compañero que tuvo a bien
saludarles.
Veo unos mozos que llevan unos chambergos[4]
alcorins, ultrahiperbólicos, cerca de un metro de diámetro. Viendo estos
demasiado-sombreros, siento compasión por los vituperados rembrandts de más de
cuatro lirófilos incipientes. Hablan castellano estos porta-sombreros. Son de
Cirat, quizá allá por los altos del riu
de Millars.
Las ferias son a modo de unas asambleas
generales de las comarcas, algo como la reunión de aljamas. Acuden a verse y a
conocerse gente que no se verán más que en otra feria, quizá el Salvador,
Santa Cristina, Sant Antoni, Sant Ambròs, etcétera. Hoy es
Onda, mañana será Bechí, Artana, Eslida... el punto de reunión.[5]
En la iglesia ofician. Dominando el pitar
de los chiquillos, desde la plazoleta se oye un coro de voces graves, como una
evocación medioeval.
Imatge de 1954, facilitada per Ismael Chiva |
Acaba la misa. Frente a la puerta
principal del convento, unos músicos, vestidos con guerreras de dril[6]
y gorras de plato, pantalones, si bien negros, de hechuras adlibitum y
calzados con promiscuación de alpargatas y botas multicolores, tocan el
pasodoble «Joselito» y «Las corsarias». Miro a las ventanas a ver si asoma el
padre Canuto, y veo un fraile con delantal de cocina, que quizá no se llame
así.
Llega la hora de la comida. La multitud
se esparce por los secanos a comerse el contenido de los saquets de berena
que casi todos llevan. Mientras todos comen hay unos que esperan bostezando.
Son cuatro o cinco viejos mendigos que esperan que acabe el banquete de los
frailes para comerse las sobras. Uno de los mendigos, cansado seguramente de
esperar, hace tiempo dedicándose al sucio aseo de sus andrajos.
Ha llegado la tarde. Vienen más carros.
Ahora la gente que acude es de Onda. Los mocitos vienen endomingados.
La música sigue interpretando su
repertorio flamenco ante el convento. Los frailes agasajan a las conocidas
devotas que acuden.
Va a iniciarse el crepúsculo. Voltean las
campanas. Sale una procesión. Delante el dulzainero; siguen tres monagos
vestidos de azul, con la cruz y los ciriales; detrás dos hileras de hombres con
escapularios; los sacerdotes de Onda; la comunidad, vistiendo capas blancas
sobre los hábitos color de pasa. Los novicios van cabizbajos, rehuyendo las
miradas de las evas incitadoras. Tras los frailes una imagen, que parece el
escaparate de una joyería. Autoridades locales, música y devotos.
Eixida de la imatge de la Mare de Déu del Carme, en 1947. Procedeix del llibre de Rafael María López La Virgen de la Esperanza y el Carmen de Onda (1983) |
La procesión recorre los campos vecinos.
Al regresar la imagen se dispara una traca.
La tarde era muy azul; ni un jirón había
en el firmamento. Aquellas hileras místicas, los acordes de la música
escampándose en el ambiente y la vocinglería de las campanas formaban un
conjunto de inefable poesía.
Se puso el sol, esparciendo un polvillo
dorado sobre las montañas que le escondían.
Las gentes que habían acudido a la fira
regresaban a sus pueblos respectivos. En los caminos hay alegres cantos, y
el «aujar» moruno de los «cudolets». Hay también idilios y charlas de amor y
estrellas que tienen guiños picarescos.
Vicent Tomàs i
Martí
Artana,
17-VII-MCMXX
La Correspondencia de Valencia (23-7-1920)
[1] Concretament, la referència a les Penyes Altes o
Aragoneses apareix en la pàgina 107 del llibre tercer de les Observaciones sobre la historia natural...
(1797): “Llegada la (rambla) de
Artana a aquel punto con dirección al nordeste, y unida a la de Onda, se abrió
paso el monte, cuyas faldas y raíces se extienden hasta las inmediaciones de
Bechí. Vense en la confluencia cortes de muchas varas en el monte que servía de
barrera, y en el ancho cauce lomas y montes de escombros, donde quedan
mezclados cantos de mármol negro, y otros areniscos muy duros. A esta anchurosa
hondonada se sigue el cauce de la rambla de Artana, sucesivamente más angosto:
por ambos lados se levantan montes, o por decirlo mejor, se ven los restos de
la enorme mole que rompieron las aguas para abrirse paso. Vense allí los bancos
más o menos inclinados al horizonte, los ángulos entrantes y salientes, y no
pocas veces cortes perpendiculares de muchísima altura, cuales son llamadas
puntas Aragonesas, por descubrirse el reyno de Aragón desde sus cumbres. La
dirección del cauce es en aquel sitio de poniente á oriente; mas queda tan
profundo, que el sol lo baña pocas horas al día: hállase varias veces
interrumpidos con enormes peñas, que en tantos siglos no han podido arrancar ni
destruir las aguas: si bien hicieron en aquella materia dura como pórfido
huellas y arroyadas, pulimentaron de algún modo las superficies, robaron la
tierra y vegetales. Reyna un silencio y una horrible soledad en aquel barranco:
las faldas y raíces de los montes que lo enfrentan quedan eriales, porque son
incapaces de cultivo: los regajos y altos están plantados de viñas, higueras y
algarrobos. Tal vista ofrece el camino que va siempre por el fondo de la rambla
por más de una hora desde la confluencia hacia Artana”.
[2]
Es tracta del convent franciscà de Santa Caterina, ubicat dalt del Tossalet
d’Onda. Amb la desamortització de Mendizábal (1835-1836), els frares són
exclaustrats per la força i és cremat pels portuguesos. Vicent Tomàs i Martí,
aquell mateix dia de fira, va fer un dibuix des del camí, que degué il·luminar
amb aquarel·la a casa.
[3]
Es tracta d’una pilota blanca feta de pell i amb l’interior farcit amb material
tèxtil o serradura; portava unida una goma elàstica d’uns 80 cm de llargària.
Es lligava a un dit, es llançava i retornava a la mà. També se solia utilitzar
per a pegar a distància als amics o a les xiques. En els anys 80 encara era el
joguet que adquiríem en la fira de Santa Cristina d’Artana (24 de juliol).
[4]
Barret d’ala ampla.
[5]
El
Salvador (Onda, 6 d’agost), Santa Cristina (Artana, 24 de juliol),
Sant Antoni (Betxí, 17 de gener) i
Sant Ambròs (Aín, 8 de desembre en
aquells anys).
[6]
Tela forta de fil o de cotó cru.
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