per Marisa Chiva Santolaria
Membre de l'Asociación Cultural Las Salinas de Cirat
Twitter: @chivamarisa
ESPADÀNIQUES vol agrair a l'autora esta reflexió sobre una realitat palpable als nostres pobles.
En estos últimos tiempos en los que se habla tanto de la España vacía o vaciada, la comarca del Alto Mijares es un claro ejemplo de ello. Pretendo con este artículo exponer mi opinión y experiencia acerca de la soledad de nuestros pequeños pueblos del interior, en concreto la de mi pueblo, Cirat, y con ello sumarme a la reflexión sobre este problema que comparte con otros pueblos de comarcas vecinas como son el Alto Palancia y la Sierra de Espadán.
En estos últimos tiempos en los que se habla tanto de la España vacía o vaciada, la comarca del Alto Mijares es un claro ejemplo de ello. Pretendo con este artículo exponer mi opinión y experiencia acerca de la soledad de nuestros pequeños pueblos del interior, en concreto la de mi pueblo, Cirat, y con ello sumarme a la reflexión sobre este problema que comparte con otros pueblos de comarcas vecinas como son el Alto Palancia y la Sierra de Espadán.
Cirat, desde la época
medieval, ostenta el título de villa y, desde la propuesta de comarcalización en
1970, el de capital del Alto Mijares. Sus tierras han estado habitadas desde la
antigüedad por íberos, visigodos, musulmanes, judíos y cristianos. De todos
ellos se pueden encontrar vestigios en su término municipal.
A lo largo de su historia,
Cirat ha vivido épocas de desigual crecimiento demográfico originado por las
antiguas guerras y epidemias sufridas por sus habitantes y sucesivas
repoblaciones.
A
mediados del siglo XX, durante los años en los que tuvieron lugar las obras del
canal de la Hidroeléctrica, Cirat alcanzó una población cercana a los 2.000
habitantes. Con la finalización de dichas obras, la población ha ido
disminuyendo paulatinamente hasta, aproximadamente, los 200 habitantes que se
pueden contabilizar actualmente si sumamos, también, los habitantes que viven
en la pedanía de El Tormo.
Yo nací en Cirat en la
segunda mitad de los años 60 coincidiendo con la época de finalización de las
obras del Canal. Por aquel entonces, todavía había en Cirat un colegio con
bastantes alumnos; había dos aulas separadas, una para chicos y otra para
chicas, y dos maestros. En cada aula había estudiantes de todas las edades,
desde los que comenzaban a ir a la escuela hasta los que estaban a punto de
acabar. Cuando comencé a ir al colegio ya no éramos tantos. Recuerdo ir a la
escuela con los demás niños y niñas del pueblo, en la escuela unitaria, con la
señorita Fina Bayo. A la hora del recreo corría a casa a buscar el bocadillo de
atún con olivas con el pan recién hecho en el horno del tío Vicente, y al salir
de la escuela todo el pueblo era nuestro sitio de recreo. Jugábamos al
escondite por sus calles, al bote en la plaza de la Fuente o hacíamos de
exploradores por el Ramblar o por las Cruces buscando algún lugar donde
construir una cabaña secreta. Algunas veces también hacíamos de las “nuestras”,
espantando a las gallinas de la tía Juliana y el tío Bernabé que picoteaban el
suelo tranquilamente por las eras, o íbamos a coger quicabas cuyos huesos
usábamos de balines con los tubos de cañas huecas.
Como actividad
extraescolar, casi todos los niños íbamos a aprender a tocar la guitarra y la bandurria
a casa del tío Ramón el Cestero para sumarnos a la rondalla del pueblo. Cuando pienso
en aquellos momentos siempre se me dibuja una sonrisa de añoranza y felicidad
por la convicción de haber vivido mi infancia en el mejor lugar del mundo, pero
de todo aquello sólo queda el escenario vacío: ya no hay escuela, ni niños, ni
siquiera panadería.
Al poco de comenzar la
escuela nos quedamos en Cirat los más pequeños con nuestra señorita Fina. Los
mayores tuvieron que ir a Montanejos, ya que allí se centralizó el colegio de
la comarca. Iban a un colegio más grande, con más niños, con más oportunidades...
Todo parecía que eran ventajas.
En 6º de EGB me tocó, como
a los demás compañeros de mi edad, ir al colegio a Montanejos. Fue una buena
experiencia para mí, al poder conocer a chicos y chicas de otros pueblos. Otros
compañeros se fueron a colegios en Castellón, Onda, Nules o Vila-real a
proseguir sus estudios y cada vez había menos niños y jóvenes en Cirat.
Tras los hijos se
marcharon algunas familias, ya que los padres encontraban trabajo en estos pueblos
más grandes de la Plana o en Castellón con más oportunidades para ellos y más
facilidades para los estudios de sus hijos, pues era mucho el sacrificio que se
requería. Había que levantarse muy temprano todos los días, esperar el autobús
de Furió en la plaza San Bernardo y hacer la excursión diaria por la carretera
de curvas, a veces con hielo o nieve en invierno, parando en Arañuel y las
Alquerías a recoger a sus niños y con destino al colegio de Montanejos. Y por
la tarde, el camino de vuelta.
A los pocos años cerraron
la escuela de los más pequeños en Cirat porque apenas quedaban 4 o 5 niños, ¿y cómo
se iba a mantener una escuela con tan pocos niños? Así que desde entonces el
sacrificio era para todos, para los jóvenes y los más pequeños. Y continuó así
el goteo de las familias hacia las grandes ciudades y poco a poco el pueblo se
iba quedando sin niños y sin gente joven que pudiera emprender o continuar los
oficios de los padres.
En mi caso, a los 12 años,
mis padres, que continuaron viviendo en Cirat, me matricularon en un colegio en
Castellón y a partir de entonces ya no volví a vivir en mi pueblo ni con mis
padres de manera continua. Sólo regresaba a Cirat los fines de semana y para
las vacaciones. De todos los que nacimos allí y que comenzamos los estudios en
aquella escuela unitaria, ninguno vive actualmente en Cirat.
Esta historia que he
contado de mi infancia no considero que sea nada especial. Es más, diría que
puede ser muy similar a la historia escolar de muchos de los que nacieron en
los pequeños pueblos de la comarca, pero he querido con ello exponer mi opinión
de cómo ha podido afectar el cierre de las escuelas rurales a la despoblación
sufrida. Se puede constatar que en aquellos pueblos donde se ha podido mantener
la escuela, algunos de sus niños han crecido, continúan viviendo o han vuelto a
ellos tras finalizar su formación, se ha mantenido algo más su población, como es
el caso de Montanejos o Montán.
En este sentido, aplaudo
la iniciativa de Almedíjar reivindicando su escuela rural y su empeño por atraer
parejas jóvenes con esos niños que ayuden a construir un futuro para el pueblo.
Espero que tengan éxito y que puedan ser ejemplo para otros pueblos vecinos. Pero
creo que el problema de la despoblación en los pueblos de la comarca es
demasiado profundo: la gran mayoría son pueblos vacíos y envejecidos, resultado
de un éxodo paulatino provocado, en mi opinión, por un sistema que no ha sabido
o no ha considerado relevante invertir en ellos. Todo ello ha conducido a un
aislamiento injusto de los territorios con la supresión de oportunidades y
servicios para sus habitantes. El resultado de todo ello llevo toda mi vida escuchándolo
como un lamento: “el pueblo se muere”, “hay que levantar el pueblo”, “como no
se haga algo, esto va a parecer un pueblo fantasma”, etc. Pero ese “algo” acaba
siempre por no llegar de forma definitiva.
La verdad es que soy poco
optimista al respecto. En el caso de Cirat, los establecimientos que quedan
abiertos se mantienen con dificultad dando servicio a los que quedan. Muchos de
aquellos niños y niñas que salimos del pueblo procuramos comprometernos de
diferentes maneras en la lucha por mantener vivo nuestro pueblo, promoviendo
actos culturales y tradicionales de diversa índole, defendiendo y dando valor a
nuestro patrimonio cultural y natural desde diferentes plataformas y volviendo,
siempre que podemos, a disfrutar de su naturaleza, sus rincones y de sus gentes,
aunque por desgracia cada vez seamos menos y las vacaciones sean siempre demasiado
cortas. Al acabar la temporada, volvemos a encontrarnos con la cruda realidad.
El tiempo
siempre juega en contra. Cada año volvemos menos gente o permanecemos menos
tiempo en nuestro pueblo, mientras estos lugares que tanto amamos esperan
silenciosos y resignados a que vuelva la temporada de vacaciones para que se
vuelvan a llenar sus calles de vida o a ver si tiene lugar algún milagro que
cambie las expectativas. Y yo me rebelo ante el pensamiento machacón de
convertir mi pueblo en únicamente un lugar de vacaciones, aunque, pensándolo
bien, más vale eso que nada, porque los milagros siguen pasando de largo.
Agradezco a los administradores de este blog la oportunidad
que me han dado al publicar este artículo y por su magnífica labor de dar
visibilidad a los pequeños pueblos, exponer sus historias y enseñar sus
tradiciones.
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Moltes gràcies pel teu comentari. Entre tots i totes hem de treballar per fer un territori millor.