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dilluns, 25 de novembre del 2019

Cirat, capital de una comarca vaciada

per Marisa Chiva Santolaria

Membre de l'Asociación Cultural Las Salinas de Cirat
Twitter: @chivamarisa


ESPADÀNIQUES vol agrair a l'autora esta reflexió sobre una realitat palpable als nostres pobles.


En estos últimos tiempos en los que se habla tanto de la España vacía o vaciada, la comarca del Alto Mijares es un claro ejemplo de ello. Pretendo con este artículo exponer mi opinión y experiencia acerca de la soledad de nuestros pequeños pueblos del interior, en concreto la de mi pueblo, Cirat, y con ello sumarme a la reflexión sobre este problema que comparte con otros pueblos de comarcas vecinas como son el Alto Palancia y la Sierra de Espadán.





Cirat, desde la época medieval, ostenta el título de villa y, desde la propuesta de comarcalización en 1970, el de capital del Alto Mijares. Sus tierras han estado habitadas desde la antigüedad por íberos, visigodos, musulmanes, judíos y cristianos. De todos ellos se pueden encontrar vestigios en su término municipal.

A lo largo de su historia, Cirat ha vivido épocas de desigual crecimiento demográfico originado por las antiguas guerras y epidemias sufridas por sus habitantes y sucesivas repoblaciones.


A mediados del siglo XX, durante los años en los que tuvieron lugar las obras del canal de la Hidroeléctrica, Cirat alcanzó una población cercana a los 2.000 habitantes. Con la finalización de dichas obras, la población ha ido disminuyendo paulatinamente hasta, aproximadamente, los 200 habitantes que se pueden contabilizar actualmente si sumamos, también, los habitantes que viven en la pedanía de El Tormo.

Yo nací en Cirat en la segunda mitad de los años 60 coincidiendo con la época de finalización de las obras del Canal. Por aquel entonces, todavía había en Cirat un colegio con bastantes alumnos; había dos aulas separadas, una para chicos y otra para chicas, y dos maestros. En cada aula había estudiantes de todas las edades, desde los que comenzaban a ir a la escuela hasta los que estaban a punto de acabar. Cuando comencé a ir al colegio ya no éramos tantos. Recuerdo ir a la escuela con los demás niños y niñas del pueblo, en la escuela unitaria, con la señorita Fina Bayo. A la hora del recreo corría a casa a buscar el bocadillo de atún con olivas con el pan recién hecho en el horno del tío Vicente, y al salir de la escuela todo el pueblo era nuestro sitio de recreo. Jugábamos al escondite por sus calles, al bote en la plaza de la Fuente o hacíamos de exploradores por el Ramblar o por las Cruces buscando algún lugar donde construir una cabaña secreta. Algunas veces también hacíamos de las “nuestras”, espantando a las gallinas de la tía Juliana y el tío Bernabé que picoteaban el suelo tranquilamente por las eras, o íbamos a coger quicabas cuyos huesos usábamos de balines con los tubos de cañas huecas.

Como actividad extraescolar, casi todos los niños íbamos a aprender a tocar la guitarra y la bandurria a casa del tío Ramón el Cestero para sumarnos a la rondalla del pueblo. Cuando pienso en aquellos momentos siempre se me dibuja una sonrisa de añoranza y felicidad por la convicción de haber vivido mi infancia en el mejor lugar del mundo, pero de todo aquello sólo queda el escenario vacío: ya no hay escuela, ni niños, ni siquiera panadería.
Al poco de comenzar la escuela nos quedamos en Cirat los más pequeños con nuestra señorita Fina. Los mayores tuvieron que ir a Montanejos, ya que allí se centralizó el colegio de la comarca. Iban a un colegio más grande, con más niños, con más oportunidades... Todo parecía que eran ventajas.

En 6º de EGB me tocó, como a los demás compañeros de mi edad, ir al colegio a Montanejos. Fue una buena experiencia para mí, al poder conocer a chicos y chicas de otros pueblos. Otros compañeros se fueron a colegios en Castellón, Onda, Nules o Vila-real a proseguir sus estudios y cada vez había menos niños y jóvenes en Cirat.



Tras los hijos se marcharon algunas familias, ya que los padres encontraban trabajo en estos pueblos más grandes de la Plana o en Castellón con más oportunidades para ellos y más facilidades para los estudios de sus hijos, pues era mucho el sacrificio que se requería. Había que levantarse muy temprano todos los días, esperar el autobús de Furió en la plaza San Bernardo y hacer la excursión diaria por la carretera de curvas, a veces con hielo o nieve en invierno, parando en Arañuel y las Alquerías a recoger a sus niños y con destino al colegio de Montanejos. Y por la tarde, el camino de vuelta.

A los pocos años cerraron la escuela de los más pequeños en Cirat porque apenas quedaban 4 o 5 niños, ¿y cómo se iba a mantener una escuela con tan pocos niños? Así que desde entonces el sacrificio era para todos, para los jóvenes y los más pequeños. Y continuó así el goteo de las familias hacia las grandes ciudades y poco a poco el pueblo se iba quedando sin niños y sin gente joven que pudiera emprender o continuar los oficios de los padres.

En mi caso, a los 12 años, mis padres, que continuaron viviendo en Cirat, me matricularon en un colegio en Castellón y a partir de entonces ya no volví a vivir en mi pueblo ni con mis padres de manera continua. Sólo regresaba a Cirat los fines de semana y para las vacaciones. De todos los que nacimos allí y que comenzamos los estudios en aquella escuela unitaria, ninguno vive actualmente en Cirat.

Esta historia que he contado de mi infancia no considero que sea nada especial. Es más, diría que puede ser muy similar a la historia escolar de muchos de los que nacieron en los pequeños pueblos de la comarca, pero he querido con ello exponer mi opinión de cómo ha podido afectar el cierre de las escuelas rurales a la despoblación sufrida. Se puede constatar que en aquellos pueblos donde se ha podido mantener la escuela, algunos de sus niños han crecido, continúan viviendo o han vuelto a ellos tras finalizar su formación, se ha mantenido algo más su población, como es el caso de Montanejos o Montán.

En este sentido, aplaudo la iniciativa de Almedíjar reivindicando su escuela rural y su empeño por atraer parejas jóvenes con esos niños que ayuden a construir un futuro para el pueblo. Espero que tengan éxito y que puedan ser ejemplo para otros pueblos vecinos. Pero creo que el problema de la despoblación en los pueblos de la comarca es demasiado profundo: la gran mayoría son pueblos vacíos y envejecidos, resultado de un éxodo paulatino provocado, en mi opinión, por un sistema que no ha sabido o no ha considerado relevante invertir en ellos. Todo ello ha conducido a un aislamiento injusto de los territorios con la supresión de oportunidades y servicios para sus habitantes. El resultado de todo ello llevo toda mi vida escuchándolo como un lamento: “el pueblo se muere”, “hay que levantar el pueblo”, “como no se haga algo, esto va a parecer un pueblo fantasma”, etc. Pero ese “algo” acaba siempre por no llegar de forma definitiva.




La verdad es que soy poco optimista al respecto. En el caso de Cirat, los establecimientos que quedan abiertos se mantienen con dificultad dando servicio a los que quedan. Muchos de aquellos niños y niñas que salimos del pueblo procuramos comprometernos de diferentes maneras en la lucha por mantener vivo nuestro pueblo, promoviendo actos culturales y tradicionales de diversa índole, defendiendo y dando valor a nuestro patrimonio cultural y natural desde diferentes plataformas y volviendo, siempre que podemos, a disfrutar de su naturaleza, sus rincones y de sus gentes, aunque por desgracia cada vez seamos menos y las vacaciones sean siempre demasiado cortas. Al acabar la temporada, volvemos a encontrarnos con la cruda realidad.


El tiempo siempre juega en contra. Cada año volvemos menos gente o permanecemos menos tiempo en nuestro pueblo, mientras estos lugares que tanto amamos esperan silenciosos y resignados a que vuelva la temporada de vacaciones para que se vuelvan a llenar sus calles de vida o a ver si tiene lugar algún milagro que cambie las expectativas. Y yo me rebelo ante el pensamiento machacón de convertir mi pueblo en únicamente un lugar de vacaciones, aunque, pensándolo bien, más vale eso que nada, porque los milagros siguen pasando de largo.












Agradezco a los administradores de este blog la oportunidad que me han dado al publicar este artículo y por su magnífica labor de dar visibilidad a los pequeños pueblos, exponer sus historias y enseñar sus tradiciones.


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