Què és Espadàniques?

dilluns, 25 de novembre del 2019

Cirat, capital de una comarca vaciada

per Marisa Chiva Santolaria

Membre de l'Asociación Cultural Las Salinas de Cirat
Twitter: @chivamarisa


ESPADÀNIQUES vol agrair a l'autora esta reflexió sobre una realitat palpable als nostres pobles.


En estos últimos tiempos en los que se habla tanto de la España vacía o vaciada, la comarca del Alto Mijares es un claro ejemplo de ello. Pretendo con este artículo exponer mi opinión y experiencia acerca de la soledad de nuestros pequeños pueblos del interior, en concreto la de mi pueblo, Cirat, y con ello sumarme a la reflexión sobre este problema que comparte con otros pueblos de comarcas vecinas como son el Alto Palancia y la Sierra de Espadán.





Cirat, desde la época medieval, ostenta el título de villa y, desde la propuesta de comarcalización en 1970, el de capital del Alto Mijares. Sus tierras han estado habitadas desde la antigüedad por íberos, visigodos, musulmanes, judíos y cristianos. De todos ellos se pueden encontrar vestigios en su término municipal.

A lo largo de su historia, Cirat ha vivido épocas de desigual crecimiento demográfico originado por las antiguas guerras y epidemias sufridas por sus habitantes y sucesivas repoblaciones.


A mediados del siglo XX, durante los años en los que tuvieron lugar las obras del canal de la Hidroeléctrica, Cirat alcanzó una población cercana a los 2.000 habitantes. Con la finalización de dichas obras, la población ha ido disminuyendo paulatinamente hasta, aproximadamente, los 200 habitantes que se pueden contabilizar actualmente si sumamos, también, los habitantes que viven en la pedanía de El Tormo.

Yo nací en Cirat en la segunda mitad de los años 60 coincidiendo con la época de finalización de las obras del Canal. Por aquel entonces, todavía había en Cirat un colegio con bastantes alumnos; había dos aulas separadas, una para chicos y otra para chicas, y dos maestros. En cada aula había estudiantes de todas las edades, desde los que comenzaban a ir a la escuela hasta los que estaban a punto de acabar. Cuando comencé a ir al colegio ya no éramos tantos. Recuerdo ir a la escuela con los demás niños y niñas del pueblo, en la escuela unitaria, con la señorita Fina Bayo. A la hora del recreo corría a casa a buscar el bocadillo de atún con olivas con el pan recién hecho en el horno del tío Vicente, y al salir de la escuela todo el pueblo era nuestro sitio de recreo. Jugábamos al escondite por sus calles, al bote en la plaza de la Fuente o hacíamos de exploradores por el Ramblar o por las Cruces buscando algún lugar donde construir una cabaña secreta. Algunas veces también hacíamos de las “nuestras”, espantando a las gallinas de la tía Juliana y el tío Bernabé que picoteaban el suelo tranquilamente por las eras, o íbamos a coger quicabas cuyos huesos usábamos de balines con los tubos de cañas huecas.

Como actividad extraescolar, casi todos los niños íbamos a aprender a tocar la guitarra y la bandurria a casa del tío Ramón el Cestero para sumarnos a la rondalla del pueblo. Cuando pienso en aquellos momentos siempre se me dibuja una sonrisa de añoranza y felicidad por la convicción de haber vivido mi infancia en el mejor lugar del mundo, pero de todo aquello sólo queda el escenario vacío: ya no hay escuela, ni niños, ni siquiera panadería.
Al poco de comenzar la escuela nos quedamos en Cirat los más pequeños con nuestra señorita Fina. Los mayores tuvieron que ir a Montanejos, ya que allí se centralizó el colegio de la comarca. Iban a un colegio más grande, con más niños, con más oportunidades... Todo parecía que eran ventajas.

En 6º de EGB me tocó, como a los demás compañeros de mi edad, ir al colegio a Montanejos. Fue una buena experiencia para mí, al poder conocer a chicos y chicas de otros pueblos. Otros compañeros se fueron a colegios en Castellón, Onda, Nules o Vila-real a proseguir sus estudios y cada vez había menos niños y jóvenes en Cirat.



Tras los hijos se marcharon algunas familias, ya que los padres encontraban trabajo en estos pueblos más grandes de la Plana o en Castellón con más oportunidades para ellos y más facilidades para los estudios de sus hijos, pues era mucho el sacrificio que se requería. Había que levantarse muy temprano todos los días, esperar el autobús de Furió en la plaza San Bernardo y hacer la excursión diaria por la carretera de curvas, a veces con hielo o nieve en invierno, parando en Arañuel y las Alquerías a recoger a sus niños y con destino al colegio de Montanejos. Y por la tarde, el camino de vuelta.

A los pocos años cerraron la escuela de los más pequeños en Cirat porque apenas quedaban 4 o 5 niños, ¿y cómo se iba a mantener una escuela con tan pocos niños? Así que desde entonces el sacrificio era para todos, para los jóvenes y los más pequeños. Y continuó así el goteo de las familias hacia las grandes ciudades y poco a poco el pueblo se iba quedando sin niños y sin gente joven que pudiera emprender o continuar los oficios de los padres.

En mi caso, a los 12 años, mis padres, que continuaron viviendo en Cirat, me matricularon en un colegio en Castellón y a partir de entonces ya no volví a vivir en mi pueblo ni con mis padres de manera continua. Sólo regresaba a Cirat los fines de semana y para las vacaciones. De todos los que nacimos allí y que comenzamos los estudios en aquella escuela unitaria, ninguno vive actualmente en Cirat.

Esta historia que he contado de mi infancia no considero que sea nada especial. Es más, diría que puede ser muy similar a la historia escolar de muchos de los que nacieron en los pequeños pueblos de la comarca, pero he querido con ello exponer mi opinión de cómo ha podido afectar el cierre de las escuelas rurales a la despoblación sufrida. Se puede constatar que en aquellos pueblos donde se ha podido mantener la escuela, algunos de sus niños han crecido, continúan viviendo o han vuelto a ellos tras finalizar su formación, se ha mantenido algo más su población, como es el caso de Montanejos o Montán.

En este sentido, aplaudo la iniciativa de Almedíjar reivindicando su escuela rural y su empeño por atraer parejas jóvenes con esos niños que ayuden a construir un futuro para el pueblo. Espero que tengan éxito y que puedan ser ejemplo para otros pueblos vecinos. Pero creo que el problema de la despoblación en los pueblos de la comarca es demasiado profundo: la gran mayoría son pueblos vacíos y envejecidos, resultado de un éxodo paulatino provocado, en mi opinión, por un sistema que no ha sabido o no ha considerado relevante invertir en ellos. Todo ello ha conducido a un aislamiento injusto de los territorios con la supresión de oportunidades y servicios para sus habitantes. El resultado de todo ello llevo toda mi vida escuchándolo como un lamento: “el pueblo se muere”, “hay que levantar el pueblo”, “como no se haga algo, esto va a parecer un pueblo fantasma”, etc. Pero ese “algo” acaba siempre por no llegar de forma definitiva.




La verdad es que soy poco optimista al respecto. En el caso de Cirat, los establecimientos que quedan abiertos se mantienen con dificultad dando servicio a los que quedan. Muchos de aquellos niños y niñas que salimos del pueblo procuramos comprometernos de diferentes maneras en la lucha por mantener vivo nuestro pueblo, promoviendo actos culturales y tradicionales de diversa índole, defendiendo y dando valor a nuestro patrimonio cultural y natural desde diferentes plataformas y volviendo, siempre que podemos, a disfrutar de su naturaleza, sus rincones y de sus gentes, aunque por desgracia cada vez seamos menos y las vacaciones sean siempre demasiado cortas. Al acabar la temporada, volvemos a encontrarnos con la cruda realidad.


El tiempo siempre juega en contra. Cada año volvemos menos gente o permanecemos menos tiempo en nuestro pueblo, mientras estos lugares que tanto amamos esperan silenciosos y resignados a que vuelva la temporada de vacaciones para que se vuelvan a llenar sus calles de vida o a ver si tiene lugar algún milagro que cambie las expectativas. Y yo me rebelo ante el pensamiento machacón de convertir mi pueblo en únicamente un lugar de vacaciones, aunque, pensándolo bien, más vale eso que nada, porque los milagros siguen pasando de largo.












Agradezco a los administradores de este blog la oportunidad que me han dado al publicar este artículo y por su magnífica labor de dar visibilidad a los pequeños pueblos, exponer sus historias y enseñar sus tradiciones.


dilluns, 18 de novembre del 2019

La identitat “churra”: només un problema de noms?

per Carles Macian Villanueva
Llicenciat en Ciències Físiques i Màster Europeu en Administració Pública. Nascut a Barcelona, però d'orígens familiars a l'Alt Millars i l'Alt Palància.

@CarlesMacian


ESPADÀNIQUES vol agrair a l'autor la cessió d'este treball original per al nostre blog, una reflexió molt necessària sobre una part dels habitadors de la serra d'Espadà que ens implica a tots.




Començo aquesta col·laboració amb el blog “Espadàniques” plantejant una qüestió que m’interessa tant des del punt de vista personal com professional. Es tracta de la qüestió de la identitat, en aquest cas, la qüestió de la identitat col·lectiva dels habitants d’un espai geogràfic, cultural i lingüístic de fronteres difuses i reconeixement precari: les mal anomenades comarques “churras”.

El primer problema apareix ja amb la definició del propi espai. En efecte, la definició d’un espai requereix la delimitació d’una frontera que el singularitzi i que permeti separar la realitat en dues regions disjuntes, l’interior, que comparteix una sèrie de trets definitoris, i l’exterior, format per la resta del món que no comparteix aquests trets. El primer problema ens remet, indefectiblement, a un segon problema, el de la definició de quins són aquests trets comuns, una qüestió que no està exempta de polèmica i oberta al debat. Per què, a quins trets comuns ens estem referint quan parlem de la identitat de les comarques “churras”?

Podríem començar fent una primera definició en negatiu, en relació a una identitat clarament reconeguda, com és la valenciana. Així doncs, ens estaríem referint amb el concepte de “churro” a les zones del País Valencià on la llengua pròpia no és el valencià. Si fos aquesta la definició, ens estaríem referint a un territori molt ampli que inclouria, a banda de la zona nord-est de València i sud-oest de Castelló, les comarques de Requena i Utiel, afegides a la província de València en ple segle XIX i d’identitat castellana-manxega, a la comarca de Villena i, anant al sud, inclouria també la zona d’Orihuela, amb una clara identitat murciana. I no és el cas. Per tant, necessitem una definició més restringida, més acurada, del que és la identitat “churra”.


Mapa de les comarques “churras”, extret del Blog “Lengua Churra”


També podríem fer servir una aproximació de tipus històric, considerant les comarques “churras” com aquelles zones de l’interior de les províncies de Castelló i de València repoblades originàriament per gent provinent de l’Aragó i en les quals, a més a més, els processos de repoblament es van acostumar a fer sota furs aragonesos i impulsats i governats per senyors feudals aragonesos. Aquesta definició inclouria l’Alto Mijares, l’Alto Palancia, així com la comarca de la Serranía i l’Hoya de Buñol. Aquestes comarques comparteixen un mateix substrat lingüístic i cultural, ja que el procés de repoblament viscut al segle XIII i XIV va comportar l’establiment de poblacions de parla aragonesa i no catalana. La llengua aragonesa era la llengua parlada a tot el territori aragonès durant els segles XII i XIII, tot i que a mesura que s’entra en el període de la baixa edat mitjana es comença a produir un ràpid procés de castellanització, especialment a les ciutats i viles, que a poc a poc anirà irradiant també cap als seus hinterlands rurals. Les comarques “churras”, repoblades per parlants de l’aragonès, segurament deurien viure un procés similar, de manera que a finals de l’edat mitjana ja es devia haver completat del tot el procés de substitució lingüística de l’aragonès pel castellà, deixant com a llengua pròpia d’aquest territori un castellà amb una forta base lèxica, morfològica i fonètica aragonesa i amb influències de la veïna llengua catalana. Aquest dialecte del castellà es coneix com a “churro”.  Tot i que aquesta varietat lingüística convivia amb el valencià com a llengua oficial –en valencià redactaven els seus documents els notaris i l’administració reial també en aquestes comarques, almenys fins al Decret de Nova Planta de 1707–, mai es va produir un procés de substitució lingüística d’aquesta llengua “churra” pel valencià, tot i el seu major pes demogràfic i la seva posició de preeminència social i política.


Mapa amb l’evolució històrica de l’aragonès


Així doncs, tornant al problema plantejat inicialment –la delimitació de l’espai i els trets compartits–, aquesta perspectiva històrica i lingüística ens permetria afinar una mica més la definició de la identitat “churra” i vincular-la a l’extensió d’aquesta forma dialectal del castellà. També podem fer extensiva aquesta identificació a d’altres trets culturals propis de la gent d’aquest mateix territori, com podrien ser elements del folklore popular, el més destacat dels quals seria la jota aragonesa.


Ballant la jota  a la plaça de Montán, durant la festa major



Si acceptem aquesta definició, se’ns obre un nou problema que no és altre que el conflicte entre la superposició de les fronteres administratives i històriques amb les fronteres dialectals. En efecte, el dialecte “churro” no només es parla al País Valencià, sinó que també es parla a la part del sud i del sud-est de la província de Teruel, bàsicament a les comarques de Javalambre, Gúdar i el que anomenem impròpiament com “el Maestrazgo”, que els naturals de la zona havien anomenat tota la vida com “las Bailías”. Aquesta frontera lingüística deixa fora, per exemple, comarques properes com les d’Albarracín o la zona de la ciutat de Teruel, que presenten trets lingüístics diferents. Més enllà de la seva utilització en l’àmbit de la dialectologia, el concepte “churro” i el seu abast geogràfic ens remet, de fet, a una antiga connexió geogràfica i humana que havia vinculat secularment les poblacions “churras” a banda i banda de la frontera històrica de l’antic Regne de València amb el Regne d’Aragó. Si ens centrem en el sector de Castelló, a la banda de l’Alto Mijares i l’Alto Palancia apareixen uns eixos geogràfics clarament definits que connecten aquests territoris amb les zones de Gúdar i Javalambre i que han estat vies d’intercanvi econòmic i humà des de fa segles. D’una banda, el riu Palància –i la seva connexió a través de l’altiplà de Barracas amb la conca alta del riu Millars– articulava el camí entre la costa valenciana i l’interior aragonès, el camí que segueix l’actual “autovía Mudéjar”, fins a arribar al port d’Escandón, que delimitava l’accés a la zona d’influència de la ciutat de Teruel. A banda i banda d’aquest eix natural, les serres de Javalambre i de Gúdar servien de teló de fons a la conca alta del riu Millars, l’altra artèria natural de connexió entre la comarca de l’Alto Mijares i les comarques de Sierra de Gúdar i les Bailías. Aquest darrer eix natural, que recull les aigües de Javalambre a través del riu d’Albentosa i les de Gúdar amb els diferents naixements del Millars (el de La Escaleruela, a Sarrión, i el del Castellar), es veu flanquejat a l’est per una altra via de connexió, de més difícil trànsit, que és la vall del riu de Villahermosa, també conegut com riu de Linares, i que connecta la part baixa de l’Alto Mijares –la zona propera a la Plana– amb els vessants sud de Penyagolosa i arriba al cor de la Sierra de Gúdar a través de Puertomingalvo, Linares i Valdelinares, terres properes i molt vinculades històricament, cultural i geogràfica amb el nucli de les Bailías, al voltant de Cantavieja i Mosqueruela. Aquesta estructura geogràfica engloba en el seu interior dues serres, la serra d’Espadà i la serra d’Espina, que divideixen aquest territori entre l’Alto Mijares i l’Alto Palancia, per una banda, i l’Alto Mijares i els altiplans de Teruel, per una altra banda.

Paisatge típic de l’Alto Mijares. Corrales de Gausa (Montán)


Així doncs, encara que les fronteres administratives (entre comunitats autònomes i entre províncies) separen aquestes comarques, tot i que les fronteres orogràfiques (bàsicament les serres d’Espina, d’Espadà i la Calderona) les fragmenten en comarques amb personalitat pròpia, podem concloure, tal com fan els impulsors del blog “Lengua Churra”, que les comarques “churras” són l’Alto Mijares, l’Alto Palancia, la Serranía, l’Hoya de Buñol, el Rincón de Ademuz, Gúdar, Javalambre i las Bailías. I defenso aquesta delimitació no només per criteris lingüístics o culturals, sinó també per la meva experiència personal i familiar. Jo he nascut a Barcelona, però les meves arrels familiars estan al bell mig d’aquesta terra. Soc allò que es diria un “churro” de pota negra, o un “8 apellidos churros”. Per la banda paterna, de Montán (Alto Mijares), i per la materna de Campos de Arenoso (Alto Mijares) i de Caudiel (Alto Palancia). En tots dos casos, les línies familiars eren del poble de tota la vida, o havien vingut d’Olba o d’Albentosa, ja a la banda de Teruel. I la memòria familiar relativa a relacions comercials o desplaçaments sempre s’ha mogut en aquest àmbit geogràfic: el meu pare anant a vendre una càrrega de figues a Manzanera amb el “macho”; l’avi anant a tocar l’acordió a Zucaina o Villahermosa; la referència al blat de las Bailías o als pastors transhumants, els “herbajantes”, que anaven i venien per “las cañadas” amb els ramats d’ovelles i cabres. Igualment, recordo l’existència de vincles amb les poblacions de la serra d’Espadà o de la vall del Palància, però en cap cas aquesta memòria em connecta ni amb la Plana de Castelló, ni amb les comarques de parla valenciana de l’Alcalatén o de l’Alt Maestrat.


Vista general de Montán, amb Penyagolosa al fons

Imatge del convent dels Servites de Montán


Un cop delimitat l’espai i definits els trets bàsics d’identitat, torna a plantejar-se la pregunta inicial, la del nom, quin nom i si el nom fa la cosa. Si ets català, valencià o aragonès, és ben senzill delimitar l’espai, identificar els trets d’identitat bàsics i donar nom a la identitat amb la qual t’identifiques. En canvi, en el territori que hem descrit, aquesta qüestió és molt més difícil. Qui som? Com ens diem? Intentarem contestar-la.

Una resposta ràpida i merament descriptiva seria referir-nos a aquest territori com “la part del País Valencià de tradició cultural aragonesa”, i a la seva gent com “aragonesos del País Valencià o valencians de cultura aragonesa”. Tot i la raonable precisió de les expressions utilitzades, tothom estarà d’acord en la seva nul·la efectivitat a l’hora de descriure i d’identificar emocionalment, realment, territori i persones. Expressions massa llargues, massa confuses, ja que barregen dos significats diferents i clarament diferenciats, corresponents a identitats culturals (aragonès, valencià) i administratives (Aragó, País Valencià) clarament definides. Dit d’una altra manera: els habitants d’aquest territori pateixen un primer problema que és la impossibilitat de contestar de manera satisfactòria amb una sola paraula a la pregunta “qui som?”. De fet, ni som valencians –en un sentit ple del terme– ni tampoc som aragonesos. Faig aquesta afirmació no només amb la intenció de polemitzar, sinó també expressant la realitat viscuda des de la meva infantesa, passada a temps parcial d’estiu, Pasqua i Nadal a Montán, un poble situat al sud de la comarca de l’Alto Mijares, entre la serra d’Espina i la d’Espadà, actualment amb menys de 360 habitants l’any 2018.

El meu avi, trillant a l’era de Bajocastillo, a Montán.
Formes de vida tradicionals que s’han perdut


Tant a Montán com a molts pobles de l’Alto Mijares, fa molt temps que hi és arrelada una àmplia colònia estiuejant, majoritàriament provinent de la Plana i, sobretot, de València capital, de l’Horta i d’altres comarques properes. Aquesta colònia és majoritàriament valencianoparlant i es diferencien de la resta de pobladors pel fet que els seus vincles amb aquests pobles no són de naixement o familiars o, si és aquest el cas, el vincle familiar és ja tant allunyat en el temps que ja es pot donar per perdut. Des del punt de vista dels autòctons, aquestes persones sempre eren identificades com a “valencianos”, tant si eren de València, de Sagunt o de Castelló, una identificació que clarament els vinculava amb la seva condició de valencianoparlants o, per a ser més precisos, amb la seva provinença de poblacions que tenen el valencià com a llengua pròpia. En canvi, els autòctons no utilitzaven mai aquest terme per a referir-se a ells mateixos, ni individualment ni col·lectivament. I la raó que no l’empressin no era que hi hagués un altre terme alternatiu. La raó, simplement, era que no eren “valencianos” des d’un punt de vista lingüístic i cultural, encara que ni tan sols tinguessin un terme alternatiu per a expressar el que realment eren.

Aquesta “disfunció”, si se’m permet l’expressió, encara es feia més evident en el moment que els autòctons migraven cap a zones urbanes, ja fos València, ja fos Barcelona. En tots dos casos, apareixia el conflicte de la “identificació” d’aquestes persones en uns termes que fossin comprensibles i acceptables socialment, un conflicte de difícil resolució ja que no existien –ni existeixen– paraules clares i reconegudes que realitzin aquesta funció de manera satisfactòria.

Veiem, en primer lloc, el cas de València. Com s’anomenen al cap i casal del País Valencià les persones que provenen de les comarques interiors? En general, se’ls diu xurros, tant si provenen de la zona aragonesa com si, més en general, són castellanoparlants. L’etimologia de la paraula xurro és molt discutida. Una teoria diu que és d’origen preromà o basc i deriva de l’arrel tzuria, que vol dir ‘blanc’ –la mateixa etimologia que el riu Túria–, en al·lusió a la blancor de les roques calcàries que travessa aquest riu al seu pas per la comarca dels Serrans. Una altra etimologia al·ludeix a l’expressió que deien els naturals d’aquestes comarques quan juraven un càrrec en valencià, dient “yo, churo” en lloc de “jo, jure”. Altres aficionats a l’etimologia –que porten aquesta disciplina al que més aviat definiríem com una de forma de lleure– adjudicaven l’origen del terme “churro” a una xurreria propera a l’estació de ferrocarril on arribaven els trens que baixaven de Teruel i que portaven a la ciutat naturals de les comarques “churras”. Com podem veure, el terme churro apareix a València com un terme col·loquial, segurament amb un cert caràcter pejoratiu, i no pas com un terme culte aplicable a una identitat reconeguda. Una situació que reforça la idea de disfunció que plantejava anteriorment.


Rondalla de Campos de Arenoso, tocant a la plaça durant la festa major de San Pedro



Si apuntem ara cap a Barcelona, trobarem el fil d’una altra història que ens portarà a la mateixa conclusió. Des de finals del segle XIX es va obrir un corrent migratori molt important que portava la gent de l’Alto Mijares cap a la gran metròpoli catalana. Aquest flux migratori va portar molts habitants d’aquesta comarca a viure als barris industrials de Barcelona, especialment al barri del Poblenou, a principis del segle XX. Més tard, a finals de la dècada de 1920, el flux s’intensificaria amb l’atracció que produïen les obres públiques que van començar a transformar Barcelona, des de la construcció del metro a l’Exposició Universal de 1929. De vegades, aquestes migracions tenien caràcter circular o eren d’anada i tornada en períodes de temps no molt llarg. Aquest va ser el cas del meu avi patern, José Macián Salvador, que va viure un parell d’anys a Barcelona, a la zona del Clot, acabat de casar, i allà va tenir el primer fill. En el seu cas, va venir a treballar a una brigada que es dedicava a urbanitzar carrers i col·locava panots a les voreres. Després tornaria de nou a Montán i allà naixerien la resta de fills, entre ells el meu pare. Als anys 60 va tornar a actuar el motor d’atracció de Barcelona, i noves onades de paisans de l’Alto Mijares van fer el viatge cap a la gran ciutat, com va ser aleshores el cas del meu pare. En totes aquestes onades migratòries, es plantejava la mateixa qüestió nominalista a l’hora d’identificar les persones que venien d’aquesta zona i es donava la mateixa disfunció que hem comentat adés: la dificultat de trobat un nom que expressés aquesta identitat, valenciana i aragonesa, però ni valenciana ni aragonesa plenament. És curiós veure com, també a Barcelona, va aparèixer una expressió col·loquial que els identificava, una expressió que, a diferència del “churro” valencià –una mica pejorativa i creada pels valencianoparlants– seria una expressió creada pels migrants mateixos i amb una connotació bastant diferent. La resposta que els migrants de l’Alto Mijares donaven a la pregunta “I tu, d’on ets?” que els feien els autòctons catalans era: “Soy del Barranco l’Hambre”, un topònim inventat, que volia dir, simplement, “sóc d’un lloc molt pobre, muntanyós, on l’expectativa vital era la gana”, un topònim imaginari amb un toc de tristesa i un toc d’esperança, que explicava tot el que calia explicar sobre el motiu de la migració i sobre el lloc d’on es venia. Buscant, buscant, segurament acabareu trobant algun lloc a l’Alto Mijares que tingui aquest topònim. De fet, n’hi ha un “Barranco del Hambre” al terme municipal de Cirat, a la banda de la pedania del Tormo. Però el topònim no va ser creat per algun cirater enyoradís de la terreta; va ser un destil·lat col·lectiu emocional que trobo realment afortunat. Perquè, efectivament, aquella terra muntanyosa de l’Alto Mijares era, aleshores, i és encara, una terra pobra, bonica i feréstega, en la qual es fa difícil guanyar-se la vida i de la qual moltíssima gent ha hagut de marxar per a fugir de la gana o per trobar un futur més digne.


Fotografia de l’antic carrer de Núria, al barri del Clot de Barcelona,
en l’època en la qual hi va viure el meu avi



Com podem veure, una terra que no té un nom per a expressar quina és la seva identitat és una terra que té un problema, una disfunció, que caldria abordar i mirar de corregir. Els autòctons –almenys els de l’Alto Mijares– no es diuen a si mateixos valencians, tampoc es reconeixen com a aragonesos de manera plena –administrativament, no ho són–, saben que a València els diuen “churros”, amb un cert to despectiu, o bé s’autoanomenen amb una dosi considerable de poesia i de tristesa “hijos del Barranco l’Hambre”, i alguns, molt pocs, potser saben de l’existència d’un dialecte del castellà, dins la família dels dialectes aragonesos, conegut com a “churro” i que es parla en la seva terra. Fins i tot, buscant per les xarxes socials, trobareu un simpàtic intent de crear una toponímia específica per a les comarques de l’Alto Mijares i l’Alto Palancia, amb el mot “Casteruel”, híbrid de Castelló i Teruel.


Tres generacions de Macianes juntes


Si atenem les característiques demogràfiques, econòmiques i socials d’aquestes comarques, no ens estranyarà gaire constatar la gairebé inexistència de cap moviment social o polític que reivindiqui la identitat pròpia, ni que sigui a un nivell bàsic de manteniment del patrimoni etnocultural i lingüístic. Fins als anys 60, l’aïllament geogràfic i el manteniment de les formes de vida tradicionals havien mantingut prou vives les formes lingüístiques genuïnes del “churro”, així com altres expressions de cultura popular pròpies d’aquestes comarques (la música, el cant i el ball de la jota, les rondalles, el cant de la prosa i les “albás”, etc.). A partir dels anys 70, amb el procés de despoblament creixent, amb l’impacte d’una escolarització plena en llengua castellana estàndard –que les generacions anteriors no havien tingut, almenys amb la intensitat i extensió suficient– i, sobretot, amb l’entrada massiva dels mitjans de comunicació de masses en la vida familiar i social, tots ells utilitzant el castellà estàndard, han anat arraconant la pervivència de paraules, construccions, fonètica i d’altres característiques genuïnes de la manera de parlar de la gent “churra”. Un procés que s’ha desenvolupat en paral·lel al procés de desaparició progressiva d’un estil de vida tradicional centrat en el treball agrícola, ramader i forestal, que ha portat també a la desaparició de feines, activitats, eines i festes que, en el millor dels casos, han quedat recollides en algun museu etnogràfic o han servit d’excusa per alguna festa popular revival de les antigues tradicions. Jo vaig tenir la sort –segurament devia ser un dels darrers– de viure amb un peu a cada món. D’una banda, vaig néixer i créixer a Barcelona, per tant, en un context cultural i social urbà i, a més a més, bilingüe en català i castellà. D’una altra banda, durant tota la infància vaig compartir amb la meva família a Montán les vacances escolars i, per tant, passava prop d’un mes i mig cada any fent immersió total en una manera de parlar, de viure, de relacionar-se que, encara en aquell moment, conservava els trets principals d’aquesta identitat “churra”, tant en l’aspecte lingüístic com d’estil de vida. Això m’ha permès conèixer de primera mà moltes paraules que estan caient en desús i que, gràcies al meu bilingüisme, he pogut relacionar amb paraules similars en català o, si investigues una mica, amb paraules específiques de l’aragonès. He pogut viure encara de primera mà feines que s’han perdut ja del tot –o gairebé– com trillar a l’era amb un “trillo” tirat pel “macho”, com “cortar las colmenas” i recollir la mel, com “arrastrar madera” o fer el “matapuerco” tradicional. He pogut parlar amb els meus avis, amb els tiets i tietes i sentir de primera mà la descripció de com es feia una carbonera, de com s’anava a la “siega por aquellos aragones”, com sortien a fer “gabillos” per a vendre’ls als forns de ceràmica d’Onda, com entraven i sortien els “cañizos” de “las higas” a assecar a “las porchás”, o de com la gent criava cucs de seda a casa amb fulles de morera, o de com feien vi en “los cubos” d’obra o aiguardent en alambins. En certa manera, he estat un privilegiat que ha tingut accés a un patrimoni cultural i etnològic ancestral des de la meva posició de persona urbana i moderna, sentint-me còmode en tots dos mons. Un món, el de la llengua i la cultura tradicional pròpia de les comarques “churras” que, lamentablement, està en procés d’extinció si no és que algú fa alguna cosa.

Aquest algú hauria de ser, en primer lloc, la gent que encara viu allà i que encara manté part d’aquest patrimoni o que, com a mínim, en guarden memòria directa. Em costa entendre com és que no ha aparegut de forma clara i valenta un moviment de conservació i dignificació d’una cultura específica, a mig camí entre l’aragonesa i la valenciana, que mereix alguna cosa més que ser objecte de brometa o d’oblit. Aquest algú haurien de ser, també, els poders públics, començant pels ajuntaments i seguint pels governs provincials i autonòmic, que apostessin decididament per aturar la desertització demogràfica que afecta aquestes comarques, especialment l’Alto Mijares, per a oferir serveis públics de qualitat i oportunitats de desenvolupament econòmic sostenible a les persones que encara hi viuen, per tal de fixar tant com es pugui la trama social i humana sobre la qual se sustentava una cultura. Per desgràcia, no soc gaire optimista en relació al resultat de cap d’aquestes dues crides. D’una banda, la demografia moribunda d’aquestes comarques, especialment l’Alto Mijares, dificulta i molt l’articulació de cap moviment social viable. Són massa poca gent, són majoritàriament massa vells i tenen massa problemes de subsistència en el dia a dia com per a aixecar una veu des de la base de la societat que, com a mínim, avisés al món que una cultura –petita, pobra, desconeguda– està a punt de desaparèixer. D’una altra banda, per la poca visió política dels pocs polítics d’aquestes comarques, lligats massa sovint per visions curt-terministes i amb poca o nul·la capacitat de generar visions estratègiques capaces de revertir la situació. Finalment, una barreja de les dues, que es manifesta en l’ínfim pes polític que té el vot de la gent de les nostres comarques... El passat 28 d’abril, a les eleccions generals, en tota la comarca de l’Alto Mijares sencera es van emetre uns 2.500 vots en els seus col·legis electorals. Aproximadament el nombre de vots que s’emeten en un sol col·legi electoral d’una ciutat mitjana o gran. Una irrellevància numèrica que es tradueix en irrellevància política i, com a conseqüència, en la condemna a mort d’una expressió cultural valuosa com era la cultura “churra”. Potser algú haurà d’aixecar un moviment polític que manllevi la idea dels veïns del nord i reivindiqui “El Alto Mijares Existe”, mentre encara estiguem a temps.

dimecres, 6 de novembre del 2019

Els paisatges refugi i l’autodefensa

per Rafael López-Monné

Geògraf i fotògraf, consultor especialitzat en turisme a peu i professor de la Facultat de Turisme i Geografia de la Universitat Rovira i Virgili.

Autor del blog Vistes
Twitter: @lopezmonne
Foto de l'autor: Foto-RLM-©-Maria-Dias






ESPADÀNIQUES vol agrair a l'autor la cessió d'este treball d'alta sensibilitat i reflexió, publicat originalment en la secció "Territori polièdric" de La Conca 5.1. "Territori polièdric" és un espai de debat entorn el territori, el paisatge, el medi ambient, la geografia, etc.



«En un món cansat i accelerat, on el soroll és sempre present, cada vegada són més les persones que busquen un paisatge en què es puguin retrobar a si mateixes o a través del qual, simplement, es puguin evadir. Hi ha qui el troba al bosc, a la muntanya o en racons inaccessibles, on la natura es manifesta de manera més salvatge. És llavors quan reapareix el mite de la cabanya, segurament —i històricament— la millor plasmació d’aquesta creixent i incessant recerca del retir, del recer, del silenci. Hi ha, però, qui és capaç de trobar aquests llocs en els paisatges quotidians. Emergeixen així espais puntuals, i fins i tot esporàdics, des d’on contemplar el paisatge o tornar a conviure-hi de manera quotidiana, també dins de les ciutats o en la seva perifèria. Uns i altres actuen com a paisatges refugi des d’on es reclamen i es reivindiquen uns valors dels quals l’Observatori del Paisatge de Catalunya es vol fer ressò.»
Aquesta és la suggestiva presentació del seminari Paisatges Refugi, que va tenir lloc el passat 13 de desembre a la Colònia Güell de Santa Coloma de Cervelló. L’Observatori del Paisatge de Catalunya continua fidel a la seva missió de provocar el debat, la reflexió i el pensament sobre el paisatge i tot allò amb què es relaciona. El seminari va estar farcit de reflexions interessants i especialment inspiradores i, si m’ho permeten, voldria compartir algunes que a mi em va generar.



D’entrada, la paraula refugi és sinònim de protecció. Així, els paisatges refugi serien aquells que ens donen resguard, sopluig, recés —com les cabanes— davant les inclemències a les quals estem sotmesos. En aquest sentit, tinc la impressió que, d’entre els perills i conflictes que ens amenacen, els paisatges refugi estan especialment connectats amb un dels elements que més profundament caracteritzen el món on vivim: l’acceleració del temps. Cada etapa històrica es caracteritza per una manera particular d’experimentar el temps. La nostra és l’acceleració.
Luciano Cocherio, en el seu excel·lent assaig Contra el tiempo,[1] explica que aquesta acceleració és sistèmica, pròpia de l’estructura del nostre omnipresent sistema neocapitalista. Respon a la seva necessitat bàsica: obtenir més i més guanys cada vegada. Ja no es tracta de satisfer necessitats; la circulació dels diners és una fi en si mateixa. Les repercussions en política són ben conegudes: l’oportunisme, el curt termini i una enorme dependència de la conjuntura i dels mitjans de comunicació. Socialment, l’acceleració genera individus dispersos, estressats, ansiosos, deprimits, necessitats de substàncies estimulants i que sempre tenen pressa.
Poquíssimes activitats s’escapen a les seves lleis. Entre elles, una part de l’agricultura, necessàriament vinculada al ritme de les estacions. Així, per exemple, el conreu de la vinya en resta parcialment al marge, si bé no pas altres aspectes vinculats a la producció del vi. Aquest aspecte em porta a pensar que, quan es reflexiona sobre la necessitat que expressa una part destacada de la nostra societat de tornar-se a vincular a la naturalesa, és probable que els aspectes de ritme i velocitat siguin més importants que no pas ens pensem.
Cocheiro afirma però, que qualsevol oposició directa a aquesta acceleració està condemnada al fracàs. No n’hi ha prou amb voler desaccelerar. El sistema ho engoleix tot i acaba mercantilitzant també, per exemple, els moviments slow. L’autor defensa la conquesta de l’«instant» com a autodefensa, entenent-lo no com una mesura de temps, sinó d’una experiència temporal particular que ens projecta fora del ritme accelerat habitual. Durant l’instant, ens situem fora del corrent central. El temps torna a ser nostre, compassat amb el de la nostra existència (el riure, per exemple, quan és profund, ho inunda tot i ens desconnecta de l’acceleració). És el temps que ens permet un altre tipus de relació amb els objectes, amb les persones, amb el paisatge.


És difícil entendre el paisatge sense la contemplació i aquesta necessita la calma, unes certes dosis de lentitud. La visió estètica és necessàriament contemplativa. La bellesa invita a la pausa. Seguint el pensament de Schopenhauer sobre l’art, el filòsof Byung-Chul Han[2] explica que, en entrar en un estat de contemplació, la nostra voluntat queda rellevada de qualsevol desig de fer, ens alliberem de nosaltres mateixos i s’engendra un estat en el qual el temps, es pot dir, queda aturat.
Aquesta quietud és precisament allò que distingeix la visió estètica de la percepció merament sensible. Byung-Chul parla de «l’eternitat del present»; la contemplació de la bellesa, així, aconsegueix superar el transcurs temporal, quelcom molt similar a la idea de Cocheiro quan advoca per la filosofia pràctica de l’instant com a mètode d’autodefensa davant la irrefrenable acceleració del temps. És en sintonia amb reflexions com a aquestes que fa temps que defenso que situar un banc davant l’horitzó és una proposta cultural enorme. És alta cultura.
Satish Kumar[3] afirma que estem governats per les xifres, obsessionats amb l’economia i posseïts per la velocitat, enemics tots de la bellesa. La privació de la bellesa suposa també la privació de la veritat. Kumar defensa que l’art i la bellesa tenen un paper primordial en la lluita contra les crisis que ens tenallen. Considera, però, que, en bona part, l’art ha estat segrestat per l’espectacle i els fabricants de diners. L’hem apartat de la vida. Malgrat tot, defensa que l’art té la capacitat de deslliurar-nos del jou de l’avarícia, la velocitat i el desordre. Tanmateix, experimentar la bellesa demana temps. L’essència de l’experiència temporal de l’art és, precisament, que aprenem a demorar-nos, explica Byung-Chul.
Molt probablement, tots tenim els nostres paisatges refugi, espais que inviten a la demorança, a aturar-se, a contemplar la bellesa. De vegades no cal sortir de casa per trobar-los. Un bocí d’espai emmarcat per la finestra, amb la llum adequada, potser pot esdevenir-ne un. Altres, cal sortir a buscar-los. Sovint no són els més espectaculars, ni els escenaris més populars. És més important que tinguin una dimensió íntima perquè, de fet, l’espai no regala res, només facilita allò que nosaltres siguem capaços d’obtenir.


________________
[1] Contra el tiempo està publicat per Anagrama i constitueix un dels assajos més lúcids que es poden trobar sobre aquest tema.
[2] La salvación de lo bello és un encantador i estimulant assaig publicat per Herder i escrit per Byung-Chul Han, filòsof nascut a Corea i establit a Alemanya.
[3] Satish Kumar és un antic monjo jaina, veterà activista per la pau i el medi ambient. Nascut a l’Índia, viu al Regne Unit on va fundar The Small School, una escola de primària i secundària pionera de l’educació holística, i la universitat Schumacher College. Simplicidad elegante està publicat per Icària.